miércoles, 17 de julio de 2013

LA SOMBRA; Esquivel Lucas, Saraceni Lucia

 Se oyó un disparo, él estaba muerto.
 A lo lejos se veía una sombra marchándose, rápida pero sigilosamente.
Se encontraba un sábado por la noche paseando, como todos los días, por Cabildo y Juramento.  En su mano izquierda tenía un cigarrillo recién prendido. La calle estaba tranquila, un poco más que ayer, un poco menos que mañana. A pesar de estar solo, sentía un susurro en su nuca que estaba ocasionando una gran intranquilidad en él. Volteó la cabeza, pero no había nada. Nadie más que su sombra.
Caminó despacio, a pesar de esa pequeña gran silueta con forma alargada que empezaba desde sus pies y terminaba en el asfalto de la calle siguiente.
Él volvía directo a su casa, cansado de la adrenalina que retumbaba en su corazón un tanto burlona, un tanto desafiante. El cigarrillo ya no estaba ni prendido ni apagado, y caía en forma recta hacía el cordón de la vereda. Yo estaba en la misma cuadra, delante de él, hasta que lo perdí de vista. Tan solo sé que llegó a su casa en un par de minutos. Lo sé porque lo vi, porque yo estaba nuevamente ahí, adelante.
Se apagó la luz. Sentí como si hubiese querido que yo no esté ahí, no podría explicar con certeza las muecas de su rostro. Pasaban de ser simpáticas en un vaso de whisky y cuando finalizaba volvían a ser espeluznantes.
Al día siguiente amagó a salir, pero  los escalofríos se iban apoderando de su cuerpo, y la sensación de peligro era mayor.
Me contaron que una mujer de unos cuarenta y monedas fue a su oficina con un comunicado perturbador. No sé quién era, ni de dónde venía. Podría haberlo preguntado pero no era relevante en ese momento. “El asesino está suelto”, repetía aquella mujer, “el asesino está suelto”.  Ni yo ni él podíamos dejar de pensar en aquella frase, y por qué se marchó sin dejar rastros.. sin decir una palabra más.
Salió a buscarla, pero en cada movimiento escuchaba pasos que retumbaban en sus oídos, como si alguien estuviera atrás suyo. Cuando dejaba de caminar, nada, lo único que percibía era la brisa fría del viento. Ambos miramos para atrás pero no vimos a nadie más. La calle estaba desierta y solo éramos nosotros dos. No había tal asesino.
Giró su cabeza por décima vez, y me vio. Sé que me vio porque me miró fijo, y empezó a correr.  Corría tan rápido que sentía que no podía alcanzarlo.
Por fin se detuvo en un callejón. Fue la primera vez que se dirigió hacia mí mediante un grito. Yo no hice caso y me quedé paralizado, no podía moverme si él no lo hacía. Noté que el miedo se apoderaba de su cuerpo. Desenfundó su arma y apuntó directamente hacia su objetivo.
Se oyó un disparo, él estaba muerto.
Yo me marché rápido pero sigilosamente, sin que nadie notara mi presencia.


1 comentario:

  1. La idea es interesante y da para un cuento excelente pero no está muy lograda porque resulta vacilante la focalización, confunde. A esto se suma que los rasgos de personajes y ciertas acciones no se justifican: por ejemplo, la inclusión de la mujer y la idea del asesino que ella introduce.
    Rever tiempos verbales y puntuación.
    Buen trabajo.
    Nota: 6

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