Tres largos días, largas horas de su vida recordando a través del agua todo el paso de su vida, Hervé, se dio cuenta lo envejecido que estaba, como el paso del tiempo se iba haciendo notar tan rápido. Vio en el,un viejo solitario con tanto por contar.
Con todo esto, con haber pasado toda su vida teniendo que descifrar el siguiente paso a dar, tomo esta reacción como un indicio, una señal que le dio la vida.
Una tarde típica de domingo en pleno invierno, Hervé salio de su casa rumbo al café mas importante de Lavilledieu, en camino encontró de sorpresa a Madame Blanche su fiel compañera en esos largos viajes de vida, decidió invitarla a tomar algo o simplemente a pasar el rato con el.
Luego de largas y acogedoras horas en esa improvisada cita Hervé, decidió proponerle a la elegante dama comenzar a ser compañeros de vida, le explico lo que su mirada atrapo tan solo en un rato y la contension mutua que se sentía en el aire, ella sonrió comprendió, y admitió el mismo sentimiento.
Así, fue con Hervé comenzó su vida nuevamente.
martes, 30 de julio de 2013
lunes, 22 de julio de 2013
sábado, 20 de julio de 2013
Capitulo 66
Una semana después, se hallaba en la misma posicion, observando el agua, recordando sus antiguos viajes, sus grandes historias. Ésto lo absorbía por completo, lo mantenía horas y horas, y cada vez su cercanía al agua era mayor, quería ver mas de cerca todo eso, sus recorridos, sus recuerdos. Pero sin darse cuenta, el agua lo tomó por sorpresa, envolviendolo hasta taparlo, y fué así como finalizó el recorrido de Hervé.
Olivia Selzer
Olivia Selzer
viernes, 19 de julio de 2013
Madriguera
Era otoño. No
había sol ese domingo; ya era la hora de la siesta y la llovizna persistía
suavemente. En la avenida se escuchaban los pasos de parejas huyendo del
viento, los frenazos de conductores incompetentes, el goteo en los charquitos
de la vereda. Sin embargo, en el jardín trasero de los Ledesma, no había ningún
ruido que alterara la lectura de Pam, hija menor de la familia. Ahora, sus
manos sostenían un ejemplar gastado de “El mago de Oz” y con sus piernas
marcaba el acelerado ritmo de sus ojos rebotando de palabra en palabra.
- Pam, ¿dónde estás? – interrumpió su madre desde el interior de
la casa.
- En el jardín – dijo, y no le respondieron.
Iba a retomar el libro cuando notó el tibio roce del sol en su
melena, dorada como las manzanas. Primero tímidamente, unos pocos rayos de luz
tocaron su frente; luego, iracundos, desbordaron el cortinaje de nubes y el
horizonte de marzo brilló amarillo y rojo.
Deleitada por aquel espectáculo enceguecedor no percibió la luna,
alzándose en el otro extremo del cielo. Pero un destello particular en el
baldío junto a su casa sí le llamó poderosamente la atención. Al principio era
un punto en el pasto. Como consecuencia de la detenida observación se dibujó el
contorno de unas orejas puntiagudas y el de unas patas traseras; lentamente, el
punto tomó la forma de un conejo blanco. Sus ojos rosados se detuvieron en los
de Pam. Los dos sostuvieron la mirada y el viento comenzó a soplar, dócil,
desde el río. Pam dejó el libro sobre la silla en la que estaba sentada (había
espacio suficiente para que ambas cosas ocurrieran al mismo tiempo), se
incorporó y caminó el tramo entre ella y el conejo. Él, por su parte, se quedó
en el lugar, moviendo las orejas y la nariz, como olisqueando el aire.
- ¡Qué lindo conejito! – iba diciendo mientras se acercaba – no
hay que tenerle miedo a las chicas buenas y decentes como yo, ¡si hasta me sé
de memoria la lección de geografía! Londres es la capital de París y París es
la capital de Roma y Roma es…
“No, no, está todo mal, pero la geografía no es mi fuerte - entonces
el conejo se acercó hacia la mano extendida de Pam, posó la patita en la tierra
de su palma y salió disparado, como si recordara un compromiso pendiente, hacia
una casita abandonada en el otro extremo del baldío.
Pam corrió lo más rápido que pudo pero el animalito se escabulló
por debajo de la destrozada puerta de madera agitando su cola en señal de
victoria. Ella no iba a dejar que se le escapara tan fácil: con cuidado de no
hacer ruido y sirviéndose de una rama como palanca agrandó el agujero. El sol
seguía brillando cuando entró.
Fue a parar a una habitación gris, reducida y
polvorienta. Estaba abarrotada de unos muebles opacos, descascarados por la
humedad. Además, había dos o tres fuentes y varias pavas de una mala imitación
de plata, reflejando la luz pálida que se filtraba a través de los tablones de
las ventanas. Pam buscaba a tientas al conejo, revolviendo entre los papeles
viejos que invadían todo el piso. Al ver lo infructuoso de sus esfuerzos
decidió que lo más conveniente era iluminar el interior retirando las tapias de
alguna ventana.
Eligió la que
estaba a su derecha, la más cercana. Y la que, por otro lado, parecía más
frágil y presentaba algunas grietas. Forcejeó unos minutos hasta que saltaron algunas
astillas. Entonces asió una de las tapias y comenzó a tirar con vehemencia. La
madera chilló y los clavos hicieron sonidos inexactos, como quejidos con el eco
inflamado. Pam siguió tirando. Sus nudillos ya se habían puesto blancos y tenía
las manos agarrotadas, cuando de golpe, uno de los extremos de madera se
incrustó en el vidrio. En ese momento, la madera se partió haciendo estallar el
cristal. Pam gritó y cerró los ojos. Cuando los abrió vio su mano bañada en rojo, goteando
tibiamente la muñeca, empapando la manga de su hermoso vestido nuevo. Se secó
como pudo, utilizando la falda como una esponja. Durante el proceso unos hilitos
tibios se estamparon contra el piso y Pam sintió el irrefrenable deseo de salir
corriendo sin mirar atrás. Unos relámpagos florecieron a lo largo del cielo y un
trueno hizo vibrar hasta los cimientos de la casa.
Empezó a llover.
El baldío se
convirtió en un lodazal, la casa estaba lejísimos y ella, con la mano cortada, se
encontraba sola y muerta de frío. Pam se largó a llorar amargamente, mientras
sus ojos, que se
habían escapado por la ventana, inspeccionaron el charco de sangre que se
extendía bajo sus pies. En uno de los extremos de la mancha carmesí vio
reflejado al conejo blanco, en un armario al fondo de la habitación. Sin decir
nada y despacito, se fue acercando cautelosamente hasta él, lo agarró y lo
acunó en sus brazos. El conejo parecía ahora mucho más tranquilo y no intentó
escaparse; siempre olisqueando, dejó que Pam acariciara su suave pelaje. A esta
altura el conejo estaba maculado, resplandeciendo el carmesí de la hemorragia.
- Este es un lindo conejo blanco
– susurró Pam –, que se deja acariciar por las chicas buenas y decentes, ¡justo
como yo! Pero si hasta sé recitar poesía a la perfección.
¡Con
qué alegría muestra sus dientes,
con
qué primor dispone las uñas
y
se afana en invitar pececillos
a
entrar en sus mandíbulas sonrientes!
- En fin. No creo que sea así -
suspiró Pam -. Vamos a ver tu armario - se acercó al viejo, bien trabajado mueble
de madera. Tenía un olor penetrante a pino y era, sin duda alguna, el objeto
más valioso (sino el único) de aquella habitación. Unos bajorrelieves
sonrientes y de ojos bien abiertos decoraban su frente, y a los lados
proliferaban pequeños símbolos y números.
Con la mano libre agarró la
manija de una de las puertas (la que aún permanecía cerrada) del escondite del
conejo. Lo hizo de a poco, sintiendo como un mal presentimiento le recorría la
médula y se incrustaba en la mandíbula en forma de pequeños latigazos de luz que
acarician los músculos y los huesos con su lengua filosa. En sus brazos, el
animal comenzó a respirar frenéticamente. Cuando la puerta estuvo abierta del
todo, Pam miró congelada y sin aliento el rostro de una muchacha de su misma
edad. Estaba acurrucada con los ojos cerrados y sus facciones, dulces como la
miel, enredadas en una expresión inofensiva. Sus mejillas tenían el rubor
fresco de la juventud; sus manos carecían de fuerza, cruzadas sobre el abdomen.
Fue en ese mismo momento en el
que Pam optó por no hacer nada, pálida del asombro, frente a ese espectro tan
inocente y real. El conejo se bajó como si nada, saltó sobre el cuerpo de la
recién descubierta y lamió a conciencia la cara dorsal de su mano izquierda.
Sin pensarlo, Pam giró sobre sus talones y corrió hasta la puerta. Trató escapar,
pero aún poniendo toda su voluntad le fue imposible mover ni aunque fuera un
poco, la endeble salida por la que ella misma había entrado.
- No te muevas, por favor – un
siseo cortó de pronto la respiración de Pam. La chica se había levantado y
estaba junto a ella. Sonreía tiernamente mientras sostenía, a modo de cuchillo,
un pedazo roto de un espejo.
- Por favor, solo quiero irme.
- Eso es exactamente lo que no
quiero. Esperé cuatro años y dos tercios de otoño dentro de ese armario; pasé
el frío del invierno, sola, protegida por la delgada puerta de madera y vos, en
tu cálida casa, te olvidaste de mí.
- ¿Quién sos?
- La verdadera, – le alborotó el
pelo – la que sufre.
- Quiero irme.
- Las tumbas profanadas valen
menos que una tumba.
Solo una puede irse y yo no
pienso quedarme.
Pam Ledesma continúa siendo
prisionera.
El
sol hacía rato que había desaparecido entre las nubes, tras la base del cielo.
Ahora la luna era un nuevo ojo en lo alto, emitiendo un brillo plateado que se
reflejaba en los charquitos. El perfume húmedo del otoño impregnaba el terreno
pantanoso en el que había desembocado el baldío junto a la casa de los Ledesma.
Pam, llevando su hermoso vestido celeste con voladitos, salvó la distancia
hasta el patio trasero, donde dos horas y cuarenta minutos antes leía el
ejemplar gastado de “El Mago de Oz”.
Sacudió la cabeza antes de entrar
y se acicaló, como una fiera sutil, el abundante cabello negro que refulgía
bajo la luz de la luna. Se preguntó cuarenta y dos veces si lo que hacía era lo
correcto.
Respiró profundo y atravesó el
umbral.
Capítulo 36 (bis)
Mientras tanto en Francia, Hélène, deprimida por la ausencia de su esposo, buscaba algo con qué entretenerse. Decidió salir a dar un paseo por su pueblo para despejar su cabeza.
Pasada la media hora de caminata se encontró con Baldabieu, estaba sentado sobre una roca con las manos cubriendose la cara. Estaba llorando. Hélène se acercó curiosa y le preguntó qué le sucedía y este le respondió - Amo a una mujer, pero este amor no es correspondido.
- ¿Cómo que no lo ama? Si usted es apuesto, y buen hombre, no lo comprendo.
- Está casada, apenas sabe que existo.
- Dudo que no sepa quien es, como ya dije es un hombre notable. ¿Quién es esta afortunada mujer?
Baldabieu no contesta, pero le toma la mano a Hélène, se la besa y la mira fijamente a los ojos. Ella había bajado la mirada, pero sintió la necesidad de observarlo. Se quedaron callados por mas de diez minutos. No habían palabras, pero se habían comunicado con la mirada todo ese tiempo.
Un nuevo amor había nacido.
Daniela Pacheco.
Capitulo 57
Capitulo 57 (previo al 58)
15 de mayo de 1865.
Se la vio ingresar a Helene al cuarto de Madame blanch. Luego de una hora se retiro sollozando.
Alec Baltaian Roux
15 de mayo de 1865.
Se la vio ingresar a Helene al cuarto de Madame blanch. Luego de una hora se retiro sollozando.
Alec Baltaian Roux
miércoles, 17 de julio de 2013
LA SOMBRA; Esquivel Lucas, Saraceni Lucia
Se oyó un disparo, él estaba muerto.
A lo lejos se veía una sombra
marchándose, rápida pero sigilosamente.
Se encontraba un sábado por la noche paseando, como todos los días, por Cabildo y Juramento. En su mano izquierda tenía un cigarrillo recién prendido. La calle estaba tranquila, un poco más que ayer, un poco menos que mañana. A pesar de estar solo, sentía un susurro en su nuca que estaba ocasionando una gran intranquilidad en él. Volteó la cabeza, pero no había nada. Nadie más que su sombra.
Caminó despacio, a pesar de esa pequeña gran silueta con forma alargada que empezaba desde sus pies y terminaba en el asfalto de la calle siguiente.
Él volvía directo a su casa, cansado de la adrenalina que retumbaba en su corazón un tanto burlona, un tanto desafiante. El cigarrillo ya no estaba ni prendido ni apagado, y caía en forma recta hacía el cordón de la vereda. Yo estaba en la misma cuadra, delante de él, hasta que lo perdí de vista. Tan solo sé que llegó a su casa en un par de minutos. Lo sé porque lo vi, porque yo estaba nuevamente ahí, adelante.
Se apagó la luz. Sentí como si hubiese querido que yo no esté ahí, no podría explicar con certeza las muecas de su rostro. Pasaban de ser simpáticas en un vaso de whisky y cuando finalizaba volvían a ser espeluznantes.
Al día siguiente amagó a salir, pero los escalofríos se iban apoderando de su cuerpo, y la sensación de peligro era mayor.
Me contaron que una mujer de unos cuarenta y monedas fue a su oficina con un comunicado perturbador. No sé quién era, ni de dónde venía. Podría haberlo preguntado pero no era relevante en ese momento. “El asesino está suelto”, repetía aquella mujer, “el asesino está suelto”. Ni yo ni él podíamos dejar de pensar en aquella frase, y por qué se marchó sin dejar rastros.. sin decir una palabra más.
Salió a buscarla, pero en cada movimiento escuchaba pasos que retumbaban en sus oídos, como si alguien estuviera atrás suyo. Cuando dejaba de caminar, nada, lo único que percibía era la brisa fría del viento. Ambos miramos para atrás pero no vimos a nadie más. La calle estaba desierta y solo éramos nosotros dos. No había tal asesino.
Giró su cabeza por décima vez, y me vio. Sé que me vio porque me miró fijo, y empezó a correr. Corría tan rápido que sentía que no podía alcanzarlo.
Por fin se detuvo en un callejón. Fue la primera vez que se dirigió hacia mí mediante un grito. Yo no hice caso y me quedé paralizado, no podía moverme si él no lo hacía. Noté que el miedo se apoderaba de su cuerpo. Desenfundó su arma y apuntó directamente hacia su objetivo.
Se oyó un disparo, él estaba muerto.
Yo me marché rápido pero sigilosamente, sin que nadie notara mi presencia.
Se encontraba un sábado por la noche paseando, como todos los días, por Cabildo y Juramento. En su mano izquierda tenía un cigarrillo recién prendido. La calle estaba tranquila, un poco más que ayer, un poco menos que mañana. A pesar de estar solo, sentía un susurro en su nuca que estaba ocasionando una gran intranquilidad en él. Volteó la cabeza, pero no había nada. Nadie más que su sombra.
Caminó despacio, a pesar de esa pequeña gran silueta con forma alargada que empezaba desde sus pies y terminaba en el asfalto de la calle siguiente.
Él volvía directo a su casa, cansado de la adrenalina que retumbaba en su corazón un tanto burlona, un tanto desafiante. El cigarrillo ya no estaba ni prendido ni apagado, y caía en forma recta hacía el cordón de la vereda. Yo estaba en la misma cuadra, delante de él, hasta que lo perdí de vista. Tan solo sé que llegó a su casa en un par de minutos. Lo sé porque lo vi, porque yo estaba nuevamente ahí, adelante.
Se apagó la luz. Sentí como si hubiese querido que yo no esté ahí, no podría explicar con certeza las muecas de su rostro. Pasaban de ser simpáticas en un vaso de whisky y cuando finalizaba volvían a ser espeluznantes.
Al día siguiente amagó a salir, pero los escalofríos se iban apoderando de su cuerpo, y la sensación de peligro era mayor.
Me contaron que una mujer de unos cuarenta y monedas fue a su oficina con un comunicado perturbador. No sé quién era, ni de dónde venía. Podría haberlo preguntado pero no era relevante en ese momento. “El asesino está suelto”, repetía aquella mujer, “el asesino está suelto”. Ni yo ni él podíamos dejar de pensar en aquella frase, y por qué se marchó sin dejar rastros.. sin decir una palabra más.
Salió a buscarla, pero en cada movimiento escuchaba pasos que retumbaban en sus oídos, como si alguien estuviera atrás suyo. Cuando dejaba de caminar, nada, lo único que percibía era la brisa fría del viento. Ambos miramos para atrás pero no vimos a nadie más. La calle estaba desierta y solo éramos nosotros dos. No había tal asesino.
Giró su cabeza por décima vez, y me vio. Sé que me vio porque me miró fijo, y empezó a correr. Corría tan rápido que sentía que no podía alcanzarlo.
Por fin se detuvo en un callejón. Fue la primera vez que se dirigió hacia mí mediante un grito. Yo no hice caso y me quedé paralizado, no podía moverme si él no lo hacía. Noté que el miedo se apoderaba de su cuerpo. Desenfundó su arma y apuntó directamente hacia su objetivo.
Se oyó un disparo, él estaba muerto.
Yo me marché rápido pero sigilosamente, sin que nadie notara mi presencia.
martes, 16 de julio de 2013
Algo curioso, Federico Echevarría y Guido Danielli
Algo curioso
¿En qué momento de mi vida pensé que esto iba a tener sentido? ¿Cuándo imaginé que yo serviría para algo? Uno. Uno y dos. Uno, dos y tres. Podría seguir contando hasta que la laguna se seque. Hasta que el cielo deje de ser celeste y se convierta en un cementerio de sueños arruinados, pisoteados, maltratados. Y por más que él me diga que todavía existe una chance de encontrarle rumbo a todo esto, no sé si creerle. Me insiste, pero no me convence. Ojo, no deja de ser mi último recurso, porque más que su propuesta no existe. Es esto o es nada.
Pero su objetivo nunca llego a cumplirse del todo. Si bien el joven ruso había logrado algunos meses de paz, comenzaría el principio de un final anunciado. O por lo menos muy previsible. Había construido un increíble refugio en las afueras de Moscú que una vez más volvía a afirmar sus sabidos conocimientos sobre arquitectura. Para subsistir, a Felipe no le quedaba más remedio que mendigar, y lo hacía en un pueblo cercano –generalmente de dos a tres veces por semana-.
Era un día más de esos extremamente fríos y soleados. Había salido en búsqueda de alimento hacia el pueblo hasta que se topó con un hombre extraño. Su sabiduría era obvia y la reflejaba en su rostro. Lo miró fijamente a Felipe transmitiéndole algo de pena, haciendo revivir algún sentimiento humano aunque sea en lo más profundo de sí mismo. El joven se sintió algo mareado y no tardó en caer al suelo. Cuando logró reincorporarse, todo había cambiado, veía todo tan diferente…
Horas más tarde, comenzó a sentir y escuchar voces; comenzó a ver personas. Odiaba a esas personas como a pocas cosas, le estaban arruinando el más que deseado objetivo de deshacerse de lo humano. Pero a Francisco lo había elegido. Le tenía un afecto especial y sentía que tal vez él lo podía entender. Lo sentía como a ese amigo que todos tenemos pero él nunca consiguió; como al hermano mayor que lo cuidaría ante todo, pasara lo que pasara.
Fue así que comenzó a verlo más seguido por su refugio, hasta que por fin, luego de tanto contacto visual, entablaron una conversación. ¿Era alguien de carne y hueso? ¿O era tal vez algún espectro? Francisco juró que lo ayudaría y que le mostraría que la vida tenía algún sentido. La curiosidad de Felipe era extrema e intensa, por primera vez sentía poder depositar su confianza en algo o alguien. Estaba orgulloso de su amigo, o de su invento, vaya uno a saber…
Él comenzó a sentirse raro. Los primeros síntomas de la depresión volvían a florecer en él y se sumaban las malas vibras que sentía a su alrededor. Pero nunca jamás podría haber sabido que su mismo invento, ese mismo que le había devuelto sus escasas ganas de vivir, acabaría de forma fatal con ellas.
Federico Echevarría y Guido Danielli
sábado, 13 de julio de 2013
20 de abril, nunca pensé que esa fecha me importaría demasiado, porque no había ningún motivo para recordar dicho día.
Todo comenzó con una disputa con mi madre, María de los Ángeles, quien era una persona que se había criado en un ambiente poco familiar, no tenia hermanos y papa nos había abandonado cuando yo era muy pequeña.
No recuerdo bien porque pero se que mama se había enojado mucho conmigo, tanto que me encerré en el altillo simplemente para enfurecerla aun mas, yo sabia que tenia prohibida la entrada ahí.
Encontré toda clase de cosas, libros del jardín todos guardados en perfectas condiciones, cajas viejas con artículos de cocina y para toda la casa, cuadernos de mi mama, hasta su diario intimo. Tenia mucho polvo pero no parecía tan antiguo. Tenia candado pero estaba ya forzado, se ve que de tanto abrir y cerrarlo. Así que probé un poco, me ayude con una pinza de esas que usaba mamá para el jardín y logre abrirlo. Empecé a escuchar sus gritos pero no me importo demasiado, espere a que se
calmara y empecé a leer…
02 de marzo
Querido diario: hace una semana conocí a un hombre, un hombre con todas las letras , de esos de películas que nunca hubiera imaginado conocer; alto, morocho, de pelo corto, su cara no era muy atractiva pero sí su voz, era grave y fuerte, como la de alguien mas grande, quizás eso me enamoro.
Dejé el diario, pensé un momento y seguí…
Me dijo de vernos, de salir uno de estos días. Mamá esta esperando hace tiempo un pretendiente, para casarme y formar una familia. Hoy tengo que seguir con mis estudios pero apenas pueda, prometo retomar mi habito de escribir.
Me parecía solo una de esas historias, típicas, así que seguí leyendo, me salteé unas cuantas hojas hasta que leí...
10 de agosto
Querido diario: te tuve abandonado mucho tiempo y pasaron muchas cosas , entre las mas importantes, me enteré que estoy embarazada, del mismo hombre que te conté la ultima vez, mirá si no pasaron muchas cosas…Estoy bastante asustada y nose si estoy preparada para esto, no me lo esperaba. Hace unas semanas empecé con nauseas y al hacerme el estudio me dio positivo. Creo que igualmente es una buena noticia. Mamá a pesar de todo se puso contenta, ya quería que me vaya rápido de casa.
Al parecer fui una sorpresa repentina pero al fin y al cabo mi mama sentaría cabeza de una vez por todas, no como lo había soñado pero ya era suficiente para ella. No satisfecha seguí leyendo.
15 de febrero
Faltan tan solo 3 meses.
Cada día engordo mas, mas y mas.
12 de marzo
No lo soporto, no se porque le llaman dulce espera, de dulce no tiene nada. No puedo dormir hace mas de 3 días. Y Lautaro no deja de perseguirme.
Al saltearme hojas salté mal estares, momentos de alegría quizás también quien sabe todo lo que habría ahí. Buscaba peleas, secretos de lo mas ocultos, hasta que la ultima pagina se encargo de pisotearme lentamente en un océano de dudas.
3 de abril
Fueron dos, pero una solo fue mía.
Una fue mía? Que quiere decir eso, tengo una hermana? Porque mi mama me escondería tal cosa? Quien era ese Lautaro que la perseguía? Todo tipo de preguntas se me vinieron a la mente y nunca una respuesta concisa ya que en el diario no había mas que solo esa frase.
Voy a dejar pasar un poco de tiempo porque ni yo se bien lo que leí.
4 Enero
No se si existe otra, solo se que Lautaro me esta persiguiendo.
Bianca Capellupo Olivia Selzer
viernes, 12 de julio de 2013
Los Ojos de Ana; por Valentina y Sol Fernández
Martín llamó a Ana anoche. Por fin se va a comprometer con Celia. Mañana a las 9 la esperan para cenar y todavía sigue pensando que ponerse, y si supiera, no estaría completamente segura de cómo le quedaría. Al final se decidió por un vestido negro clásico y unos aros bordó muy bonitos.
Era la hora acordada y Martín, su hermano, abrió la puerta con una enorme sonrisa y la abrazó. Detrás de él se asomó Celia tan curiosa como siempre y mientras saludaba rápidamente y desaparecía en la cocina.
El departamento estaba muy bien decorado, sentados alrededor de la mesa ya había algunos amigos conversando y comiendo.
La noche pasó rápidamente y fue muy agradable, pero luego de un tiempo, Ana se cansó del ruido provocado por las voces de los invitados y decidió ir a dar un paseo por el departamento. Mientras recorría los pasillos, mirando fotos de ella con su hermano de pequeños y con otros miembros de la familia, lo inevitable sucedió, se vio enfrentada a uno de los espejos que su hermano olvidó esconder. Desde que tenía memoria, siempre odió verse en los espejos, dado a que ella estaba segura de que la imagen que se reflejaba no era ella. No se podía reconocer. Siempre pensó que era alguien más, esa persona con mirada fría e inquietante la desafiaba cada vez que sus ojos se encontraban.
Del susto salió corriendo y se encerró en un cuarto, en el cual lo único que hizo fue pensar en que tenia que enfrentar lo que acababa de ver. Algo la impulsaba a buscar a esa persona, en algún lado tenia que estar, la tenía que enfrentar, no quería creer que era real. Una vez más pasó frente al espejo, sólo para corroborar que no lo había imaginado, si tal vez era una ilusión. Pero en cuanto se paró frente a éste, se asombró todavía más al descubrir que nadie estaba ahí. No había reflejo. La chica de ojos fríos y desafiantes no estaba más, como si nunca hubiera existido.
Ana no sabía porqué pero algo la hizo ir al comedor y preguntar si algún invitado había visto a esta chica , si alguien la conocía. Todos respondieron que no, y la miraron como a una loca. Su hermano hizo bromas al respecto, pero estaba preocupado, y no se hablo más del tema.
Cuando la noche llegaba a su fin y los invitados se estaban retirando, Ana se sintió cada vez peor. Quiso subir a ver el espejo pero su hermano se lo impidió. Entonces, el ultimo invitado pasó al lado de ella y al oído le susurró que el sí la había visto, y que salió por la puerta sin que nadie lo notara.
El caso.
El 14 de marzo de 1997 todos los encabezados de los diarios hablaban sobre el terrible desenlace del caso “Camilo Villanueva”, ocurrido el día anterior.
Desde mi niñez siempre estuvo esta rara sensación dentro de mí, fue la que me obligo a terminar así, me obligo a convertirme en lo que fui.
Recuerdo que era un niño común, iba al colegio, tenía amigos, jugaba al futbol, disfrutaba de mi familia, lo que más recuerdo fue el día que todo cambió, 13 de marzo de 1984, un día como cualquier otro volvía del entrenamiento y ya muy cerca de casa, lo vi; tan idéntico, tan feliz y campante. Nos vimos, se sonrió y siguió caminando como si nada hubiera pasado, pero esa “nada” para mi cambio todo. Sentí el retumbar de mi cabeza contra el piso. Me levante, me volvió el aire al cuerpo y continúe mi camino a casa. Desde ese mismo instante mi personalidad cambio, ya no más colegio, ya no más amigos, ya no más nada. A partir de entonces comenzaron las alucinaciones, los médicos, las muchas clínicas, las largas noches en vela. Mi padre, un reconocido senador, no podía soportar la idea de que un hijo suyo fuera esquizofrénico y mucho menos que los medios dieran a conocer la noticia.
Primero fue mi papá, después mamá y mis hermanos, así fue como al llegar a los 18 años estaba solo y era responsable de mí mismo. Con dinero que mi padre me dio, para que me alejara de su vida, conseguí un departamento en un barrio tranquilo y por 2 años viví allí sin moverme muy por fuera de lo cotidiano, de lo conocido.
Algunos días eran peores que otros; Algunos días lo veía en todos lados y otros solo una o dos veces, pero podía manejarlo solo, o eso creía yo. La rutina era siempre igual, tomar todos mis medicamentos sin falta y si me cruzaba a “Calco”, así lo llamaba yo, cerraba los ojos con todas mis fuerzas, seguía caminando y repetía una y otra vez “basta él no está ahí, él no está ahí” hasta que sentía que esas palabras lo borraban de mi mente, lo borraban de la realidad. Supongo que en el fondo sabía que no lo borraba, que él seguía ahí acechándome, en alguna parte.
El último y peor día comenzó a las 5 de la mañana cuando me levante de una pesadilla, desde la ventana abierta de mi cuarto entraba la lluvia y las luces del relampagueo. Podía sentir el retumbar de cada estruendo en mi cabeza. Corrí a cerrar la ventana y luego la puerta de entrada, estaba seguro de que la había cerrado porque lo había comprobado ocho veces como usualmente hacía. Me dirigí al cuarto donde él me esperaba, no lo mire. Salí del cuarto hacía el baño donde se escondió detrás de la puerta, le grite pero solo se echó a reír. Me tire en la alfombra del living exhausto, cuando conseguí distinguir lo que había a mi alrededor me encontré en medio de un mar de fotos y álbumes familiares que mi padre me había dado cuando se deshizo de mí. Las tome de a puñados, con odio. En una me reconocí con 12 años y algo en el fondo de la foto me llamo la atención, la examine detenidamente y me volví a reconocer, lo volví a reconocer. Era el, en todas y cada una de las fotos, en el fondo, pasando por delante, casi irreconocible en la lejanía. Él se robó mi pasado, mi presente, pero no voy a permitir que se robe mi futuro.
14 de marzo de 1997- La Nación pag. 3:
El terrible desenlace del caso “Camilo Villanueva”.
Ayer la policía encontró el cuerpo sin vida del joven Camilo Villanueva, los médicos forenses deducen, por el estado del departamento donde hallaron el cuerpo, que tuvo otro fuerte ataque de esquizofrenia. Fuentes policiales indican que el joven se habría suicidado entre las 6 y 6:30 de la mañana, por ahorcamiento. La familia se niega a dar declaraciones (…).
Sofía Ricotta, Morena Castrilli.
Jorge
Jorge se despertaba todos los días temprano para ir a entrenar, se lavaba la cara, agarraba el bolso y partía hacia Temperley, su club.Jorge era alto, de pelo corto y negro, y no tenía barba.
La casa donde vivía Jorge tenía una particularidad, no tenía espejos.
Era Agosto, y a Jorge se le vencía el contrato de alquiler de su casa, por lo que tubo que comenzar con la búsqueda de un nuevo lugar para vivir.
El fútbol le daba para comer, tener la cantidad justa y necesaria de ropa y para vivir en un lugar común, sin nada de lujos. Es por eso que llegó a encontrar un departamento en el barrio de Barracas.
Al ingresar a su nueva vivienda, sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo.
Esto de vivir sin mucho lujo, a Jorge no le importaba mucho ya que estaba en su mejor momento futbolístico y próximamente podría ser transferido a un mejor club y esto le daría una mejor forma de vivir, comparada con la que tenía actualmente.
Ya en su nuevo departamento, notó algo diferente a la de antes, había espejos, y muchos. Él había vivido en 2 lugares antes de llegar a Barracas, en lo de sus padres (se había ido cuando tenía solo 17 años de la casa de sus padres) y en su anterior departamento.
Esto de haber muchos espejos le impactó mucho a Jorge, pero mas lo impactó ver su reflejo en ellos pero.. no era el! O tal vez si, pero cambiado.
En el espejo se lo podía notar con barba, pelo largo y anteojos. Supuso que se veía así porque no había dormido por el tema de la mudanza y se fue a dormir.
Un día tras otro se siguió viendo así reflejado hasta que un día su reflejo le habló.
Esto lo atrapó a Jorge, como que lo volvió loco. Dejó de ir a entrenar, arruinó su carrera de futbolista y se dedicó el resto de sus días a hablar con aquel reflejo, que no se sabía si era él mismo o era una ilusión, pero que le había provocado algo, eso era cierto.
Luego de ese instante, Jorge cerró su cuaderno de anotaciones porque había escuchado el llamado de su mamá diciendo que la cena estaba servida. Jorge, aquel niño de 8 años, que soñaba con ser futbolista.
Alec Baltaian Roux; Giuliana Castro.
El Reflejo de Cora Traz
Daniela Pacheco, Santiago Gamarra
Ella amaba los espejos, mejor dicho, estaba obsesionada. Le encantaba imaginarse, que detrás de ese vidrio pulido con una placa de plata sobre el, había un mundo diferente. Uno, como el de sus sueños...Cora Traz se levanto de la cama a las seis de la mañana, con el cansancio dibujado en su cara. Frutos, tras noches de insomnio.Comenzó su día tomandose una ducha bien larga para asegurarse de que se le limpie la fatiga de su cuerpo. Salió de la ducha y se paro delante del espejo en el cual estaba acostumbrada a ver el reflejo de una mujer hermosa. Pero lo que vio no era nada parecido a aquella mujer. Ojeras de color purpura oscuro y arrugas en la frente distorcionaban su belleza. Una impactante angustia le hacia temblar las manos. Trato de calmarse con un café con leche y un cigarillo. Trataba de explicarse su falta de sueño, que le causaba tanta pesadumbre. Estaba tan hundida en sus pensamientos que se le enfrió el café y el cigarillo se consumió solo. Se levanto de la mesa, se vistió rápido y se maquilló. Antes de partir en camino a la tienda de espejos en la que Cora trabaja, se contempló por última vez, esto le provocó una sensación de tristeza y nostalgia su expresión facial era deplorable. Se llevo unos lentes de sol para esconder su fealdad. Llego a su tienda prendió la luz, se desabrigo y comenzó a pulir cuidadosamente los espejos como lo hacia cada día. Al llegar a su espejo favorito, un ejemplar raro en forma y antigüedad, noto algo extraño pero no sabia que. Es ahí cuando se dio cuenta. Las arrugas profundas, las ojeras oscuras. ¡Desaparecieron! Se le mezclo euforia con una sensación de siniestro tan terrible. No podía ser, se decía dudando sus propios sentidos mientras se miraba fijamente en el espejo:“Estoy demente.“ Dijo. De pronto sus movimientos no parecían sincronizarse con los de su reflejo. Las manos finas de la Cora Traz dentro del espejo comenzaron a enroscarse alrededor de su cuello. Cora Traz quiso gritar pero su reflejo no la dejaba. Quiso huir pero no se movía, quería vivir pero no pudo.
Ella amaba los espejos, mejor dicho, estaba obsesionada. Le encantaba imaginarse, que detrás de ese vidrio pulido con una placa de plata sobre el, había un mundo diferente. Uno, como el de sus sueños...Cora Traz se levanto de la cama a las seis de la mañana, con el cansancio dibujado en su cara. Frutos, tras noches de insomnio.Comenzó su día tomandose una ducha bien larga para asegurarse de que se le limpie la fatiga de su cuerpo. Salió de la ducha y se paro delante del espejo en el cual estaba acostumbrada a ver el reflejo de una mujer hermosa. Pero lo que vio no era nada parecido a aquella mujer. Ojeras de color purpura oscuro y arrugas en la frente distorcionaban su belleza. Una impactante angustia le hacia temblar las manos. Trato de calmarse con un café con leche y un cigarillo. Trataba de explicarse su falta de sueño, que le causaba tanta pesadumbre. Estaba tan hundida en sus pensamientos que se le enfrió el café y el cigarillo se consumió solo. Se levanto de la mesa, se vistió rápido y se maquilló. Antes de partir en camino a la tienda de espejos en la que Cora trabaja, se contempló por última vez, esto le provocó una sensación de tristeza y nostalgia su expresión facial era deplorable. Se llevo unos lentes de sol para esconder su fealdad. Llego a su tienda prendió la luz, se desabrigo y comenzó a pulir cuidadosamente los espejos como lo hacia cada día. Al llegar a su espejo favorito, un ejemplar raro en forma y antigüedad, noto algo extraño pero no sabia que. Es ahí cuando se dio cuenta. Las arrugas profundas, las ojeras oscuras. ¡Desaparecieron! Se le mezclo euforia con una sensación de siniestro tan terrible. No podía ser, se decía dudando sus propios sentidos mientras se miraba fijamente en el espejo:“Estoy demente.“ Dijo. De pronto sus movimientos no parecían sincronizarse con los de su reflejo. Las manos finas de la Cora Traz dentro del espejo comenzaron a enroscarse alrededor de su cuello. Cora Traz quiso gritar pero su reflejo no la dejaba. Quiso huir pero no se movía, quería vivir pero no pudo.
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