martes, 16 de julio de 2013

Algo curioso, Federico Echevarría y Guido Danielli

Algo curioso 

¿En qué momento de mi vida pensé que esto iba a tener sentido? ¿Cuándo imaginé que yo serviría para algo? Uno. Uno y dos. Uno, dos y tres. Podría seguir contando hasta que la laguna se seque. Hasta que el cielo deje de ser celeste y se convierta en un cementerio de sueños arruinados, pisoteados, maltratados. Y por más que él me diga que todavía existe una chance de encontrarle rumbo a todo esto, no sé si creerle. Me insiste, pero no me convence. Ojo, no deja de ser mi último recurso, porque más que su propuesta no existe. Es esto o es nada. 

Felipe no era más que un pobre aislado de la vida. A sus 20 años de edad se encontraba profundamente deprimido y muy lejos de cualquier tipo de relación que pueda llamarse social. Pasaron dos años desde que decidió mudar su vida, sus pensamientos, sus convicciones, a algún lugar donde no hallara ni el más mínimo rastro de esa cruel especie llamada humana. Más precisamente, había decidido salir de Moscú para llegar a algún lugar despoblado, sin rastros humanos. 

Pero su objetivo nunca llego a cumplirse del todo. Si bien el joven ruso había logrado algunos meses de paz, comenzaría el principio de un final anunciado. O por lo menos muy previsible. Había construido un increíble refugio en las afueras de Moscú que una vez más volvía a afirmar sus sabidos conocimientos sobre arquitectura. Para subsistir, a Felipe no le quedaba más remedio que mendigar, y lo hacía en un pueblo cercano –generalmente de dos a tres veces por semana-. 

Era un día más de esos extremamente fríos y soleados. Había salido en búsqueda de alimento hacia el pueblo hasta que se topó con un hombre extraño. Su sabiduría era obvia y la reflejaba en su rostro. Lo miró fijamente a Felipe transmitiéndole algo de pena, haciendo revivir algún sentimiento humano aunque sea en lo más profundo de sí mismo. El joven se sintió algo mareado y no tardó en caer al suelo. Cuando logró reincorporarse, todo había cambiado, veía todo tan diferente… 

Horas más tarde, comenzó a sentir y escuchar voces; comenzó a ver personas. Odiaba a esas personas como a pocas cosas, le estaban arruinando el más que deseado objetivo de deshacerse de lo humano. Pero a Francisco lo había elegido. Le tenía un afecto especial y sentía que tal vez él lo podía entender. Lo sentía como a ese amigo que todos tenemos pero él nunca consiguió; como al hermano mayor que lo cuidaría ante todo, pasara lo que pasara. 
Fue así que comenzó a verlo más seguido por su refugio, hasta que por fin, luego de tanto contacto visual, entablaron una conversación. ¿Era alguien de carne y hueso? ¿O era tal vez algún espectro? Francisco juró que lo ayudaría y que le mostraría que la vida tenía algún sentido. La curiosidad de Felipe era extrema e intensa, por primera vez sentía poder depositar su confianza en algo o alguien. Estaba orgulloso de su amigo, o de su invento, vaya uno a saber… 

Él comenzó a sentirse raro. Los primeros síntomas de la depresión volvían a florecer en él y se sumaban las malas vibras que sentía a su alrededor. Pero nunca jamás podría haber sabido que su mismo invento, ese mismo que le había devuelto sus escasas ganas de vivir, acabaría de forma fatal con ellas. 

Federico Echevarría y Guido Danielli

1 comentario:

  1. Momentos muy logrados en la escritura; sin embargo, la historia no cumple con la consigna: la introducción de una enfermedad viene a justificar a ese otro, el "invento", que aparece no como doble fantástico del protagonista, sino como resultado de su estado mental.
    Rever algunos errores ortográficos y tiempos verbales.
    Nota: 7

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